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jueves, 7 de febrero de 2013

San friki maldito

Hoy os quiero traer un artículo de opinión. Esto lo encontré en la revista Serra de junio de 2006 e inspiró al leerlo a un muchacho inadaptado que a su temprana edad ya estaba cansado de las categorías sociales, los grupillos de guays y demás temas que forman parte de la adolescencia de una persona a la que le gusta ir a contracorriente porque le hace sentir especial. Una conversación de anoche con mi mejor amiga me recordó un poco este tema y no sé cómo me acordé de este artículo que escaneé y publiqué en mi espacio de MSN (cuando eso existía, hacía de blog y era lo más) en septiembre de ese año para enseñárselo a otra persona por internet. Hoy he descubierto que esos espacios fueron eliminados del todo el año pasado y todas las publicaciones han sido perdidas pero al menos las imágenes se conservan en otro módulo, así que no he tenido que esperar a que alguien de Madrid pueda traerme el ejemplar o yo vaya para allá.

Os aviso de que la calidad de la imagen era horrible, varias palabras eran ininteligibles y he tenido que sacarlas por contexto o sustituirlas por otras que quedasen bien en la frase. También de que lo he copiado tal cual del original, ya sé que gramaticalmente tiene unos cuantos fallos pero no he querido corregirlos para que el artículo conserve su forma real. El autor del artículo es Álvaro M. Angulo, que si no me he equivocado es el que sigue escribiendo en blog http://paseandoelrato.wordpress.com/. Os dejo con él ya, espero que lo disfrutéis tanto como yo entonces.

"El pasado 25 de mayo tuvo lugar la primera celebración del autodenominado Día del Orgullo Friki. Esta iniciativa surgió de la colaboración de diversos blogs de diferente índole, ferias y asociaciones diversas. Bajo esta premisa se organizaron múltiples quedadas a lo largo y ancho de la geografía española, donde la gente pudo disfrazarse de sus personajes de ficción favoritos, sesiones de Pac-Man en vivo o multicines para visionar películas.

La elección de este día en concreto tiene como motivo la conmemoración del estreno de Star Wars, y bajo la justificación de que existen días a lo largo del calendario para celebrar o luchar contra cualquier cosa imaginable, no podía faltar este. Y no nos llevemos a engaño, frikis han existido siempre y cada vez somos más. Aquí en la redacción de SERRA también lo hemos celebrado.

Pero tal vez haya que matizar acerca de los tópicos que rodean a las personas que la sociedad denomina friki, término cada día más en uso y que no siempre se emplea correctamente. Freak, etimológicamente significa monstruo de feria, así que si no tienes tres brazos o mides cuatro metros no lo eres. En cambio si te llaman friki por disfrutar de cultura alternativa que no se enmarca dentro de lo denominado “normal”, eres también un friki y no una atracción  de carpa. Junto a este término se adhieren una serie de premisas a su significado, tales como que no tienen novia, que son gordos, que son solitarios, que no salen de casa, etc. Todos estos significados caen dentro de un uso peyorativo. Asimismo también puede emplearse en positivo, por ejemplo, cuando uno ve un muñeco de Sin Chan puede decir “¡Qué friki!”, expresando su gusto y sorpresa; o “he visto una página con vídeos mazo de fikis”.

Hemos de suponer, por lo tanto, que a todas las personas que han pasado por los cines a ver Matrix se les puede englobar como que son frikis, ¿no? ¿O sólo si demuestran que le ha gustado y buscan merchandising de la película? ¿O si demuestran conocimientos sobre quién la ha hecho posible o cómo se llama el actor que hace del agente Smith? Esto se aplica a muchos campos, como por ejemplo series de televisión o juegos. Claro, que si una niña tiene como afición ver Los Serrano ya no se la puede considerar friki. En cambio, si la cría se pirra por Los Simpsons, sí lo es, y más aún si sabe citar alguna frase.

Y el campo que a todos nosotros nos importa, es decir los JCC, es un claro exponente de cultura friki. ¿Por qué? Porque la mayoría de gente desconoce de qué trata. Y si un viernes dices que te vas a jugar un torneo de Magic antes de, por ejemplo, irte a jugar al fútbol o hacer botellón, la reacción casi automática es: “Mira que eres friki” (seguramente con tonillo incluido). Vale soy friki, ¿y qué? No voy a dejar de ser persona por ello y menos tolerar una sensación de menosprecio por tu parte.

Seguro que quien te lo afirma rotundamente le gustará algo, o puede que sea un ser anodino y gris y no tenga afición a nada, pero sería una excepción que confirmaría la regla y será experto en algún tema. Por ejemplo, automovilismo, liga de fútbol, toros, moda, prensa rosa, gimnasio, discotecas, etc. Seguro que de algo sabe más que tú y, como es algo “normal” o socialmente aceptado como habitual, él nunca será un friki mientras que tú sí.


En resumen, decir que sí te sientes friki, bien. Que no crees serlo, bien también. Pero no seamos hipócritas usando neologismos que están de moda en el vocabulario popular (hace ya algún tiempo todos descubrimos qué es ser un metrosexual). Todos podemos ser muchas cosas a la vez: por la mañana soy albañil y un currante, por la tarde duermo la fiesta y soy perezoso, por la noche veo a Buenafuente y soy un teleadicto y los fines de semana voy al cine a ver X-Men 3 y a jugar a Magic porque soy un friki; porque me gusta lo que hago, pero por encima de todo soy yo mismo y no un calificativo de actualidad."

La verdad es que hace gracia releer esto y darse cuenta de que más de seis años después casi todo sigue igual. Gracia por llamarlo de alguna manera, porque es un problema social pero no me parece de los prioritarios por resolver ahora mismo tal como están muchos otros colectivos. Claro que he publicado el artículo como una forma de quejarse, pero no era mi intención ir ahora de víctima sino sacar a la luz sensaciones que a veces vienen a cuento. Me gustaría además añadir algunas líneas (sí, va a ser algo más que eso xD) a la reflexión citada que espero os hagan pensar también en ello.

Desde dentro de un colectivo friki como el de los jugadores de Magic, creo que tengo suficiente información como para hacerme bastante idea de cómo es la gente del mundillo. Claro que he conocido a indeseables que, como no han tenido éxito en otro aspecto de la vida, se escudan en lo expertos que son en el tema para sentirse mejores que el resto de mortales, lo utilizan para abusar de los jugadores confiados y se han vuelto tan maleducados y chulos como los canis de los que tanto quieren diferenciarse. Eso pasa en todos lados, y quizás habría que pensar en ciertas situaciones por las que han pasado esas personas durante su infancia y adolescencia que podrían haber ejercido una mala influencia sobre su carácter virgen. Claro que no los justifico, cada uno normalmente es libre de tomar las elecciones que cree correctas o le hacen más feliz y el tema de qué fue primero siempre da lugar a un debate difícil de resolver. No obstante, gracias al juego también he conocido a algunas de las personas más amables, confiadas, graciosas y de fiar con las que me he encontrado nunca. Muchas veces son gente sin complejos, o con ellos pero aceptados con humor, a las que les da igual lo que salgas de casa o lo malo que eres jugando para prestarte una pieza vital que necesitas para el mazo en el último momento, bromear contigo como si te conocieran de toda la vida aunque hasta hacía una hora ni les sonaba tu cara o invitarte a unas cañas cuando se hace de noche y la tienda ha cerrado. A algunos se les nota lo buenas personas que son en cuanto te han dado la mano sonriendo, que es algo que puede suceder en cualquier área pero sin tanto componente de complicidad asociado a compartir una afición rara, probablemente.

Por esto último que he comentado querría recapacitar sobre algo relacionado y no tan obvio. En ocasiones somos tan buenas personas, nos da tan poca vergüenza hacer comentarios espontáneos o retorcidamente ingeniosos y tenemos tantas rarezas que nos convertimos en personajes entrañables a los que tratan casi como a una mascota. Y esa forma de comportarse es como un arma de doble filo, porque significa que te quieren pero que no te respetan tanto como desearías. Eres el graciosete, el peluche achuchable con el que todo el mundo empatiza por las cosas que le pasan como si hablasen con un niño que se ha dado un coscorrón contra una pared. Y nuestra buena fe nos dice que al menos nos aprecian más que la mayoría de la gente, que han sabido ver nuestras virtudes dentro de la coraza con la que intentamos protegernos. Pero suele suceder que, como eres tan extraño, creen que no tienes las capacidades sociales suficientes para darte cuenta de que no te tratan con dignidad. Porque, con mucha o poca autoestima, seguimos teniendo orgullo. A estas alturas no somos ya los marginados del recreo de cuando íbamos al colegio. Hemos tenido amigos cercanos que nos han defraudado, hemos sufrido desamores (y más de una vez porque ni se han planteado nada más que una amistad con nosotros) y hemos tenido fracasos como casi todo el mundo, lo cual nos ha hecho madurar. Pero también hemos conocido a gente excepcional que siempre permanece a nuestro lado aunque haya cientos de kilómetros de por medio, hemos disfrutado de algunas grandes alegrías que da la vida y lo hemos dado todo en lo que a nosotros nos merecía la pena. No somos víctimas de la sociedad, somos jugadores en ella como cualquier otro. Y no somos tan diferentes después de todo en nuestros propósitos e ilusiones.

Con esto no quiero expresar mi malestar personal actual. Simplemente quería compartir ciertos pensamientos que durante la vida pasan en ocasiones por la mente de personas "especiales" como yo y pueden desordenar la conciencia de algunos. Espero que no os ofenda y que le guste a alguien, sobre todo a quien prácticamente va dedicada la entrada. Un saludo y hasta otra.

miércoles, 6 de febrero de 2013

Aceptación

A veces todos somos un poco sadomasoquitas. Sabemos las cosas que se nos dan bien, en las que creemos que estamos por encima de la media, pero nos dedicamos a intentar cultivar el resto de habilidades. No es tan paradójico, claro, porque es lógico pensar que si algo se nos da mal vamos a proponernos mejorarlo. Sin embargo, hay ocasiones en las que nos empecinamos en algo imposible. Los que me conocéis bien probablemente penséis que no soy precisamente conformista y que creo en el cambio continuo, en el poder que tienen sobre nosotros mismos las ganas de superarnos por sentir que estamos haciendo algo productivo con nuestra vida o al menos nuestra personalidad. Es cierto, soy lo más cabezón que os podáis echar a la cara a la hora de tratar de conseguir lo que quiero de verdad. No sé rendirme, ya lo he dicho en este mismo blog (siento repetirme tanto). Y es un problema.


Quizás sea entonces hoy el día en que haya tomado una decisión madura. Quizás sea simplemente una decisión cobarde, forzada por el cansancio. Posiblemente cambie de opinión en cierto tiempo, la puntualice o me escude en que no pasaba por mi mejor momento ni estaba en todos mis cabales. Pero en cierto modo hay parte de ella que seguirá conmigo. Hoy reconozco que a veces darse por vencido es la opción sensata, sana y sincera (toma ya, qué tres eses acabo de juntar) para con uno mismo. Nos empeñamos tanto en alcanzar ciertos propósitos que nos parecen ideales que no nos damos cuenta en el camino de que simplemente no van con nosotros. De hecho, diría que una parte de nosotros directamente no quiere conseguirlos porque implican demasiados cambios. Cambios que chocan tanto con un pedazo de nuestra esencia que no nos merece la pena llevarlos a cabo sin perder nuestra identidad en el intento. Y a estas alturas, un poco tarde para mí, tengo que aceptar que hay algo que siempre se me dará mal porque es inherente a mi forma de ser y de concebir el mundo.

Comparto esto, como siempre, simplemente porque necesitaba expresarme. Supongo, no obstante, que cada uno tiene sus puntos de inadaptabilidad y tiene que aprender a reconocerlos. Si lo he hecho yo os aseguro que cualquiera puede. Solo hay que aprender a convivir con nuestros defectos de fábrica o a sacarles el lado bueno sin más, a tratarlos con cariño y ver las pequeñas virtudes que esconden sobre nuestra manera tan especial de hacer las cosas. Porque al menos no podremos negar que gracias a ella somos únicos, vulnerables e imperfectos. Humanos, al fin y al cabo.


Fuego y sangre, muerte y destrucción :)