A veces todos somos un poco sadomasoquitas. Sabemos las cosas que se nos dan bien, en las que creemos que estamos por encima de la media, pero nos dedicamos a intentar cultivar el resto de habilidades. No es tan paradójico, claro, porque es lógico pensar que si algo se nos da mal vamos a proponernos mejorarlo. Sin embargo, hay ocasiones en las que nos empecinamos en algo imposible. Los que me conocéis bien probablemente penséis que no soy precisamente conformista y que creo en el cambio continuo, en el poder que tienen sobre nosotros mismos las ganas de superarnos por sentir que estamos haciendo algo productivo con nuestra vida o al menos nuestra personalidad. Es cierto, soy lo más cabezón que os podáis echar a la cara a la hora de tratar de conseguir lo que quiero de verdad. No sé rendirme, ya lo he dicho en este mismo blog (siento repetirme tanto). Y es un problema.
Quizás sea entonces hoy el día en que haya tomado una decisión madura. Quizás sea simplemente una decisión cobarde, forzada por el cansancio. Posiblemente cambie de opinión en cierto tiempo, la puntualice o me escude en que no pasaba por mi mejor momento ni estaba en todos mis cabales. Pero en cierto modo hay parte de ella que seguirá conmigo. Hoy reconozco que a veces darse por vencido es la opción sensata, sana y sincera (toma ya, qué tres eses acabo de juntar) para con uno mismo. Nos empeñamos tanto en alcanzar ciertos propósitos que nos parecen ideales que no nos damos cuenta en el camino de que simplemente no van con nosotros. De hecho, diría que una parte de nosotros directamente no quiere conseguirlos porque implican demasiados cambios. Cambios que chocan tanto con un pedazo de nuestra esencia que no nos merece la pena llevarlos a cabo sin perder nuestra identidad en el intento. Y a estas alturas, un poco tarde para mí, tengo que aceptar que hay algo que siempre se me dará mal porque es inherente a mi forma de ser y de concebir el mundo.
Comparto esto, como siempre, simplemente porque necesitaba expresarme. Supongo, no obstante, que cada uno tiene sus puntos de inadaptabilidad y tiene que aprender a reconocerlos. Si lo he hecho yo os aseguro que cualquiera puede. Solo hay que aprender a convivir con nuestros defectos de fábrica o a sacarles el lado bueno sin más, a tratarlos con cariño y ver las pequeñas virtudes que esconden sobre nuestra manera tan especial de hacer las cosas. Porque al menos no podremos negar que gracias a ella somos únicos, vulnerables e imperfectos. Humanos, al fin y al cabo.
Fuego y sangre, muerte y destrucción :)
¿Pero es algo que te gusta?
ResponderEliminarFdo.: Dra
¿Que si me gusta el qué?
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