A veces tenemos que hacerlo. Simplemente tenemos la necesidad de dejarnos llevar, tanto si nos lleva al paraíso o a nuestra peor pesadilla. En ocasiones necesitamos agarrarnos a un clavo ardiendo. Para no volver a caer en la misma mierda o rutina. Porque incluso nuestra lógica nos dicta que es la opción más cómoda. Porque tampoco pensamos que nos podamos hacer más daño ya.
A veces ni siquiera es cuestión de no ser capaz de rendirse, como he comentado otras veces; ni se trata de luchar por lo que uno quiere. Literalmente, queremos caer para ver qué queda vivo de nosotros al llegar al suelo, lo que nos cambia el proceso. Aunque solo sea por darnos cuenta de quién somos por las decisiones que tomamos. O por pensar que en un tiempo, cuando nos acompañe la soledad previsible, miraremos atrás y podremos decir que fuimos la única persona que decidió nuestro propio destino y que lo hicimos a pesar de todos los riesgos que conllevaba. ¿Es eso tan malo? ¿No convierte en masoquistas? ¿Nos gusta regodearnos en nuestra miseria? Es posible, pero creo que es una de las cosas que nos definen como humanos. Hasta yo tengo que reconocer a estas alturas algo así. Que necesitamos sentir para sentirnos vivos (valga la redundancia, aunque me fastidie), incluso aunque sea solo el dolor, y que nuestro raciocinio tiene que saber sacarle provecho a algo con tanto poder.
Buenas noches y hasta pronto, al menos espero que hasta que pase menos de tanto tiempo desde la última entrada.
Rober, ¿qué has hecho?
ResponderEliminar¿Y tú quién eres? Jajaj
ResponderEliminarDefinitivamente, no sé cómo poner el nombre en estos comentarios. Soy Alejandra.
ResponderEliminar