Hola otra vez. En esta ocasión no os he hecho esperar nada, pero como dejé la entrada de ayer sin terminar no os podía dejar con semejante intriga xD.
Continuaré entonces por donde lo dejé, en concreto con lo de la "locura". Cuando uno sabe que se va a ir lejos supongo que es común pensar en hacer algo especial antes de irse, ya sea un viaje, una anécdota legendaria que contar o simplemente una celebración que recordar. En mi caso no tuve esto presente hasta bien avanzado el curso, según vi que se iba acabando mi tiempo en la facultad, en el barrio y en general en esta comunidad. Llegado ese momento, a uno le empieza a entrar la sensación de soledad por adelantado. Esa distancia emocional previa a la física te hace ver muchos episodios posteriores como si los estuvieras rodando, tratando de recordar por qué te hizo gracia cierto comentario, la sonrisa que tenía determinada persona o la jugada maestra que te destrozó la partida (lo siento, mi transición durante este año no se explica sin Magic jaja). Esa necesidad de recordar el periodo anterior a tu marcha te hace ver tu entorno de otra forma, te empuja a quedarte con más cosas buenas que malas para retener solo las primeras y poder pensar algún día en lo felices que fueron esos últimos días de universidad.
Como os habréis imaginado, cuando se tienen una entrevista para una convocatoria de becas, todos los exámenes y trabajos de junio y papeles que arreglar delante tampoco se llega a recapacitar tanto sobre esa chispa más con la que quieres finalizar tus fuegos artificiales de despedida. De todas maneras, tampoco he sido nunca una persona que hace planes de viaje con mucho tiempo de antelación porque me gusta dejarlos para cuando conozco las fechas de mis deberes durante las vacaciones. Que sí, que muchas veces se pueden cuadrar después las cosas, pero yo me quedo más tranquilo sabiendo que tengo el verano libre hasta que decido que cierta semana puedo irme sin peligro. Por esta forma de ser mía es entonces lógico pensar que la idea del viaje se iba a quedar en nada según avanzase el verano, y así lo pensé yo.
Todo esto quedó así hasta que llegó el último examen y con él la fiesta de despedida de una compañera Erasmus con la que había compartido más de medio curso e intensas horas de laboratorio y frente al microscopio de fluorescencia. Cuando una persona a la que conoces de eso y poco más y con la que te has comportado como con cualquier otro compañero (de bien, se entiende :P) se despide de ti con un abrazo, llorando y agradeciéndote cada tontería que has hecho por ella algo te tiene que trastocar. No estoy hablando de mayores intenciones, sino de cierta conmoción por ese reconocimiento sincero. No sé a vosotros, pero a mí algo así me lleva a prometerle a esa persona que os volveréis a ver en Francia, España o donde sea. Y daba la casualidad de que veraneaba en Laredo, realmente tengo suerte algunas veces :D.
A partir de entonces, enseguida se me tornó Laredo un destino perfecto: relativamente cercano, con playa y con alguien que funcionase como gancho allí para darle la sorpresa a mi Erasmus favorita. No obstante, no podía ser tan fácil. La gente que se ha demostrado dispuesta a irse de viaje conmigo poco a poco se fue cayendo de mi lista según se iban con sus respectivas parejas, se daban cuenta de la necesidad de ahorrar para una emigración similar a la mía o se ponían a trabajar. No lo digo con ninguna acritud, si no se puede no se puede y yo lo comprendo. Así que me empecé a hacer a la idea de que o iba solo o me quedaba en tierra. Y claro que podía ir por mi cuenta, pero os aseguro que estar de cámping en un destino desconocido solo y sin saber el tiempo que podrán pasar las personas que se encuentran allí contigo es bastante triste.
Una versión resumida de todo este rollo le estaba contando a una reciente conocida en un bar cuando me contestó: "Pues me voy yo contigo". Cuando me recuperé de mi expresión de asombro y pregunté las veces necesarias para asegurarme de que me estaba hablando en serio nos pusimos a planearlo todo, a lo que se nos unió contra todo pronóstico mi mejor amigo in extremis. Os estoy hablando de tres días antes de la fecha de salida que cuadraba bien con el resto de mis quehaceres, así que imaginaos la velocidad a la que tuvimos que preparar todo, gracias en parte a mi gancho, y lo calculado que estaba para que mi madre no protestase ni un poquito por la excursión improvisada que habíamos montado en un momento.
Lo siento, pero aquí me quedo sin haber terminado tampoco hoy. Os prometo que mañana finalizaré la trilogía, que no convertiré esto de repente en una saga de seis volúmenes y que no empezaré con un "no hay dos sin tres", que ya habréis escuchado este año esa expresión demasiadas veces. Un saludo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario